COLECTIVO NUESTROAMERICANO ALÍ PRIMERA: Chávez, la legión de un nombre

martes, 10 de noviembre de 2009

Chávez, la legión de un nombre











por Giordana García Sojo







Hace veinte años en Caracas las paredes eran de gran espesor, capas superpuestas de pintura pretendían tapar el trazo de los “marginales” y neutralizar cualquier atisbo de palabra, discurso, grito, canto. Estalló el Caracazo y se desbordó el descontento contenido: las paredes se llenaron de sangre y de fuego. El estruendo de voces unidas y denuncias bien plantadas hallaron su punto de fuga el 27 de febrero de 1989. Tardamos diez años en logar orquestar la polifonía y las ganas de país otro; cientos de presos, desaparecidos, muertos, hartazgo general, politización de base, militares insurrectos… se juntaron al fin los ingredientes que hilaron el discurso de los nadie venezolanos.

En la calle estaban las voces organizando, reclamando y formando barullo. Nunca más los partidos de siempre volvieron a ser los mismos, no encontraron bozal que amainara la palabra conciente de un pueblo desangrado y a su pesar vivaz. Hugo Chávez Frías, un hombre formado en las fuerzas armadas, que alguna vez por allá a sus 21 años persiguió guerrilleros, supo alimentarse de la fortaleza enunciativa del pueblo bravo. Su discurso fue parido por pueblo y transformó su cuerpo, su estampa, su uniforme en palabra ardida, palabra de millones. Chávez en sí mismo es un discurso pronunciado por el pueblo incendiado.

Chávez aprendió con la gente, lo vimos formar en su hilvanar discursivo el ideal rebelde que todos buscábamos. No estábamos en el fin de la historia ni en el fin de los relatos. Apenas si recomenzábamos la contienda entre los detentores del poder y el saber rabioso de los explotados. Llenos de contradicciones, acostumbrados a perder, fuimos concretando esperanzas: en las calles se habló siempre de solidaridad, igualdad y amor, sin necesidad de perorata iluminista. Nuestro discurso es el hacer y Chávez fue armándose de ese hacer, hasta pronunciar el objetivo mayor: el socialismo como forma de vida y de lucha.

Chávez lee, canta, escribe, tiene un programa de televisión y frases memorables, hasta el nombre del primer teléfono celular fabricado en Venezuela lo inventó él: ¡el vergatario! Chávez es como de la casa, un pana con quien echar cuentos y con quien discutir fervorosamente. Nos reconocemos en él, pero es el presidente, y lamentablemente las investiduras de un sistema vertical y profundamente estratificado que nos implantaron desde la colonia, se han perfeccionado con los siglos, y hoy, en pleno movimiento revolucionario, dejan caer su peso sobre las mayorías. El problema de las jerarquías es clave, un orden social basado en superiores e inferiores no puede jamás generar un nuevo socialismo. La organización implica repartir funciones mas no investir de “funcionarios” a quienes deban cumplirlas. Chávez es un líder, no un funcionario más.

Quienes ven a Chávez como otro gigante que baja línea conspiran contra el pueblo y contra Chávez mismo. Simón Rodríguez en su defensa al Libertador, enseña que:

El que pretende reinar: No trata de elevar al Pueblo a su dignidad
No trata de enseñar para que lo conozcan
No trata de dar fuerza para que le resistan.

Los que hacen del presidente un monarca son los mismos que quieren su cabeza. Si la palabra es de Chávez es palabra nuestra, pero no caída del cielo. Palabra pronunciada, reflexionada y rebatida si es necesario. Somos nosotros quienes enunciamos primero y de nuestras demandas se teje su voz. “Al Pueblo lo que es del César”, cantamos con Alí Primera.

Chávez es nuestra consigna, un sentido de batalla, pero hacer de él un start system o un mandatario supremo es vaciarlo de sentidos, es la trampa tejida por el nuevo populismo comandado por los poderosos del norte. Para alejarnos de nuestro poder enunciativo tratan de ponernos mordazas más sutiles, hacernos comer la cola, confundirnos y boicotearnos, volvernos a despolitizar a partir de la hiperpolitización. Un Chávez todopoderoso nos ataría de manos, nos arrumaría a una desidia contemplativa, quejosa y permisiva, como el niño un poco fofo y un poco suicida de la familia del american way of life. Chávez no es un dios omnipotente, lo que escuchamos en la mayoría de sus alocuciones es un continuo impeler a la eficiencia, al autogobierno, a la no dependencia de papá chávez o de san chávez o de super chávez. Si dejamos de pensar en Chávez lograremos ver de nuevo el centro de nuestra revolución: pueblo sabio y libertario, pueblo que se pronuncia con Chávez pero no en su nombre. Es Chávez un nombre de nuestra lucha, la lucha es larga y la creatividad para reescribirla las veces que sea necesario es infinita.

Hoy Venezuela respira nombres, formas de resignificar lo nuestro: poder popular, participación, constituyente, autogestión, comuna, consejo comunal… son palabras ya no huecas, la gente las pronuncia con la autoridad que les da el conocer su potencialidad y alcance. Las paredes no se dejan ningunear, y a pesar de tanto malandreo mediático seguimos creyendo que nuestra fortaleza está en no quedarnos callados, así sea el presidente el que se ofenda.
Si en algo estamos todos claros es en el nombre del enemigo y en la unión de los pueblos como estrategia de lucha. En esa lucha el nombre de Chávez es un arma, con ella disparamos, pero que no se olvide: el pecho que bombea la sangre y la mano que se mueve son del pueblo, y somos muchos.

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